Con el primero conocí la confianza en su estado más puro, conocí los extremos, exploré el llanto y la conciencia. Me amplió el horizonte de la música, del cine, de la literatura, de los idiomas, del amor. Me quiso mucho, muchísimo y yo lo sé, aunque también se equivocó y ¡de qué manera!
Reconocí plenamente el significado de la palabra verdad y sufrí sin consuelo el de la palabra mentira.
Me abrazó, me cuidó, fue incondicional. Pero estaba tan roto, tan distorsionado, tan ido.
Con el segundo he descubierto el más absurdo deseo, el más pasional de los placeres. He experimentado otro tipo de afecto y de ternura, he conocido un plano muy libre del compromiso. Ha puesto a prueba mi egoísmo, mi paciencia. Con él he aprendido que puedo ser flexible en mis maneras, que realmente puedo cambiar y adaptarme más de lo creía. Me confunde, me fascina, me limita, me mantiene alerta. Pero no me explora, no me conoce lo suficiente, no se abre ni me abre como me gustaría. No sé realmente lo que quiere.
Emocionalmente el primero era certeza, el segundo incertidumbre.
A veces sueño con un tercero que sintetice, que resuma, que reuna.
Le tengo fe a ese tercero pero disfruto mucho del segundo y aún, de vez en cuando, pienso en el primero. Al menos del cero ya no hablo y escasamente lo recuerdo. También hubo un cobarde uno y medio del que no vale la pena hablar.