miércoles, 12 de octubre de 2011

Salvavidas

Y entonces llega esa odiosa época de días en que, si por mí fuera, dormiría el día entero y como nunca lo logro, me levanto a pensar cómo hacer que el día pase más rápido, cómo gastarme estas indeseadas horas de vigilia, a qué dedicarme para no pensar demasiado y embolatar un poco el malestar.
Pues bien, en épocas como esta...en días como hoy, sinceramente no sé qué haría sin ciertos salvavidas que me rescatan de ese pozo sin fondo de la depresión, que me alivianan un poco el peso de esta carga en que se convierte a veces la cotidianidad.
¿Cómo sobrellevar la vida sin la música? La música que lo dice todo por mí, que expresa con tremenda precisión y belleza todo aquello que yo no puedo o no quiero sacar.
Nada como ponerse el iPod y gritar a todo trapo las experiencias ajenas que tan bien reflejan las propias. Y nadie sospecha mucho...y nadie pregunta casi.
Están, obviamente, los libros. Terapéutica y amada lectura que desde hace tanto tiempo me acompaña porque desde que aprendí a leer me fascinó. Libros amigos, libros amantes, libros-máquinas del tiempo, libros maestros. No hay mejor manera de escapar que abrir un libro y dejarse atrapar por las imágenes, por las palabras y los paisajes, por las historias ajenas que hacen olvidar las propias por un buen rato... El tren de letras arranca a toda velocidad y ya no soy yo. Llega el alivio.
Últimamente volví a retomar una práctica perdida que consiste en anotar en una libreta aquellas frases de los libros que me gustan o me llaman la atención. Ya que tengo pésima memoria para casi todo, en especial para recordar luego de unos días lo que leo...pues que al menos queden estos registros.
La buena comida es otros de mis rescatadores infalibles. Nada como un buen almuerzo para sacar el ánimo a flote. Uno de esos almuerzos en que termina uno con una sonrisa hasta chocante, perdIdo en el bienestar sencillo de la satisfacción alimentaria. Ni qué decir de un buen postre o un café caliente en el momento preciso. Pequeñas alegrías aseguradas.
Y la cama, el sueño, esa dulce "inconsciencia" que anestesia hasta los peores dolores. Bendito sea el momento de acostarse y rendirse unas horas a la tranquilidad más absoluta. En días como hoy, ruego no soñar nada (¿no recordar?) y simplemente entregarme al vacío reparador.
Hay otras cosas que me hacen más ameno el día... como Cuevana, como Matías, como algunos amigos, como salir a caminar.
La vida sería realmente insoportable sin estos escapes.

D
12/10/11

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