sábado, 26 de noviembre de 2011

Her-ida

Me parece extraño que, generalmente, ardan más las heridas pequeñas que las grandes.
Las cagadas minúsculas, perder gente (por x o y motivo) que realmente no es muy importante para mí, ciertas ofensas a las cuales no debería prestar tanta atención, por poner algunos ejemplos, duelen y arden como una de esas heridas que uno accidentalmente se hace con una hoja de papel y que, a pesar de ser milimétricas, nos hacen ver estrellas.
Por otro lado, las grandes cagadas, la pérdida catastrófica de un ser realmente querido (y no me refiero sólo a su muerte), las ofensas más impensables, los vacíos más abismales...todos esos grandes dolores que realmente me trastornan la vida, suelen comportarse como una quemadura de tercer o cuarto grado que, siendo una cosa terrible, generalmente no duele porque se han achicharrado hasta los nervios.
Y así es. Últimamente me he visto sufriendo más de lo necesario y echándole mucha cabeza a pendejadas e insignificancias pero cuando pienso en aquellas tristezas trascendentales hay un bloqueo del sufrimiento, una anestesia, una pérdida de sensibilidad hasta rara que da lugar a un estado de indiferencia y resignación.
No sé si es un mecanismo de defensa emocional, no sé si es una de esas etapas del duelo de las que tanto hablan los psicólogos y psiquiatras, no sé qué pasa.

Ha sido grande el incendio, varias las quemaduras y, larga y lenta la recuperación.


D
26/11/11

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