Damn.
Tu cuerpo resentido, ofendido por los excesos, prepara la desintoxicación. Se va llenando de fuerzas y motivos y finalmente te obliga a pararte, a caminar. El verde, las vueltas, ese desespero sin cura, la cara de monstruo, las náuseas... te hacen entender que el único camino es la reversa, la salida del veneno. Y finalmente te entregas.
Te reciben esos brazos de plástico y porcelana y no hay abrazo más personal que aquel. El malestar llega a su punto máximo y se te sale la muerte por la boca. Sale todo, menos la desolación que ha aprendido a aferrarse con fuerza de las paredes del estómago. Arcada tras arcada vas llegando a ese orgasmo nauseabundo tras el cual la vida recupera su color y sus formas.
Reflexionas un momento frente al oráculo blanco en una comunión enferma y personal.
El alivio es temporal, lo sabes.
Con los ojos encharcados y la mente más ligera, te aseguras que todo estará bien y vuelves a la cama a lidiar con tu castigo, con tu matutina condena.
Es una pena tener que pagar así por la alegría.
D
14/4/12
14/4/12
2 comentarios:
Buena, guayaboeterno, ehavemaria, yo me acuerdo de un smirnoff del que no se quejaba tanto, Ratucha.
Titerillo, me haces falta. Espero verte pronto.
Publicar un comentario