martes, 9 de junio de 2009

Adentro.

¿Avivarlas?
¿Ahogarlas?
¿Compartirlas?
¿Sublimarlas?

Son muchas, muy fuertes. Incendian, confunden, inquietan.
Deliciosa complicación que atormenta mi conciencia y calienta mi sangre.
No son egoístas, no esta vez. Sedientas de una víctima, acechan en mis entrañas y arañan mi pecho, mis muslos, mi cuello, mi espalda. Muerden mis tobillos acosándome por buscarles otro cuerpo.
Rayando en lo enfermizo me anudan la garganta, me aceleran la respiración.
¿Cómo explicarlas? ¿Cuándo calmarlas? ¿Cuánto sudarlas?
¿Por qué, por qué, por qué?
Tienen mi lengua de cómplice. Mis uñas también se vendieron.
Se nutren del temblor de mis piernas, del zumbido en mis oídos, de los gemidos mudos que esperan la partida igual que caballos desbocados en un hipódromo.
Salvajes. Puras y salvajes. Están ahí.
No quiero negarlas.
No puedo evitarlas.
Me pregunto si...


Daniela
9/6/09

2 comentarios:

Andrés dijo...

...woww Daniela, una vez más me dejas con esa sensación de incertidumbre al leerte, siempre disfruto esa especie de desconcierto que me produce lo que escribes, de verdad que lo haces muy bién =D

Ratushka dijo...

:) Un abrazo.