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Las efímeras alegrías son como la comida rápida....llenan pero no alimentan...trás sus provocativas fachadas encontramos satisfacción al instante pero también un ramillte de males futuros que en el momento nos tienen sin cuidado pero cuando el daño es evidente y-muchas veces- irreparable, nos carcome el remordimiento. Es la tristeza la que nutre...sí, la tristeza es como las verduras...de desagradable sabor pero altísimo valor nutricional (aunque a mí me gustan las verduras y también disfruto, en cierto modo, la tristeza).
Ya quisiera tener la alegría las raíces que tiene la tristeza.
La alegría es un frágil diente de león vulnerable al más leve soplo del viento, se desvanece tan rápido como el atardecer...es como el atardecer...hermoso y corto...inevitable preludio de la oscuridad imponente. Y así es la tristeza, como la noche: larga, sólida, inamovible. La alegría se va cuando le da la gana, muchas veces antes de tiempo, antes de haber tenido suficiente. La alegría es como un eyaculador precoz....nos alborota y luego nos deja con ganas de más, insatisfechos.
La tristeza, en cambio, es más sabia...y sólo se va cuando realmente es el momento de su partida. Cuando por debajo de la piel las cosas han sanado, cuando por encima de la piel las cosas han cambiado. Es como una madre curando la rodilla raspada de su hijo. Me duele mamá, no me toques, no me eches eso por favor, me arde....shhh shh, déjate, es por tu bien, vas a ver cómo "mañana" amaneces mejor...y es cierto. Mamá tristeza nos abraza, nos aisla para que podamos concentrarnos en la transformación que nos devolverá el sosiego, una transformación real y duradera al contrario de las mutaciones superficiales y temporales que suele desencadenar la alegría. De no ser por la soledad y el ensimismamiento que trae consigo una buena tristeza, no le dedicaríamos suficiente tiempo al pensamiento profundo, al reconocimiento del error, a la búsqueda de la solución. Muchas personas dicen odiar la tristeza, la desprecian sin darse cuenta que gracias a ella se han fortalecido, que gracias a ella han realizado los cambios más importantes...aquellos que los han llevado hasta donde están. Es realmente a punta de tristezas y no de alegrías que alcanzamos la madurez pues la alegría es simple frenesí, es irracional, cuando se está contento no se piensa en nada más y, muchas veces, en nadie más. La alegría es egoista y ciega. La tristeza nos obliga a reestablecer los vínculos, a buscar compañía, nos vuelve humildes y solidarios. En la alegría están todos presentes pero es únicamente la tristeza la que nos confiesa quiénes son nuestros verdaderos amigos, la que nos susurra si la pareja de turno es capaz de sostenernos o no....Y, al igual que la enfermedad nos hace caer en cuenta del incalculable valor de la salud, la tristeza nos mueve a aprovechar con más ganas las efímeras alegrías (situación que no sucede al contrario jamás).
Hay que aprender a quererla, a entenderla, hay que adoptar las lágrimas y permitirles correr. Hay que llorar, hay que gritar, hay que putear, patalear, hablar, destruir, exorcizar hasta que sea realmente suficiente...porque lo que quede adentro crecerá de nuevo en el futuro, como semillitas aberrantes, y será peor.
Debemos deshacernos del miedo a la depresión y hundirnos en ella con ganas...tocar fondo para luego impulsarnos con los pies...igual que en un estanque... y salir renovados a seguir caminando por el pedregoso camino de la cotidianidad, sembrado de efímeras alegrías...hasta el próximo charco triste en que debamos zambullirnos...
D
7/2/10