Voy a regresar trastabillando, torpemente, a las palabras.
Voy a buscarme nuevamente en los verbos y las comas. Quiero vagar entre acentos
y adjetivos, desahogarme a través de las páginas y expresar eso que solo sale
en medio del silencio y la absoluta soledad. A veces brota de repente entre las
lágrimas, otras sale a borbotones por las rendijas de la ira, una que otra
vez surge detrás de la sonrisa y, como no, lo invoca en ocasiones el amor o el
deseo.
Es la traducción de la emoción, es intentar encausar el
pensamiento y darle un poco de orden, de estética y de propósito al caos. Es
reconocerme y reconocer el mundo entre la autobiografía y la ficción. Es intuir que hay cosas que deben ser leídas
por otros ojos aparte de los míos, a veces por el simple deseo de compartir, a
veces por la urgente necesidad de que una mirada específica se pose, como una
mariposa, sobre las letras; a veces por vanidad, a veces por orgullo, a veces por deporte. A veces
incluso solo por acudir a ese llamado anónimo e inexplicable de honrar un don.
Quiero volver, sin mayores pretensiones, sabiéndome distante
y perdida por haberme alejado de las raíces, por haber dejado de leer y de
pensar, por llevar años en el torbellino de la digital banalidad que tanto
tiempo nos arrebata.
Para regresar debo volver al origen, lo sé. A lo que nutre,
a lo que importa. No es fácil, ahora que hay más peros, más excusas, menos
tiempo. Pero he decidido intentarlo y usted está cordialmente invitado a verme
tropezar entre estas líneas.
D.
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